Cuando estaba en cuarto año del
secundario, tuve un profe de filosofía que fue mi primer amor platónico.
El tipo era muy idealista, me acuerdo que siempre nos decía "
Que no les hagan creer que nada puede cambiar", lo decía con convicción, y nosotros le creíamos... bueno, YO le creía.
Estaba tan enamorada de su forma de pensar, de sus actitudes, sus tics, sus defectos... En algún momento se hizo obvio para los demás, y cada vez que el tipo entraba, desde los bancos de atrás sonaban los violines y las canciones de amor que tarareaban mis -muy turras- compañeritas de curso; y yo me ponía roja como un tomate, el miraba toda la situación y se reía.
Y así estuvimos todo el año, hasta que el año siguiente, el cambió su trabajo de profe por otro mejor remunerado y con alguna vinculación a la política. El anuncio se hizo público en el festejo del día de la primavera, por altoparlantes y a toda voz, después de eso pasaron el radioteatro "Gris de ausencia", y fuimos muchas las que nos tuvimos que ir a llorar al baño.
Como éramos sus preferidos, él nos dejó una especie de carta de despedida, donde copió esa parte del "Principito", dónde el zorro le explica lo que es domesticar, y abajo nos firmó: "
Gracias por dejarme entrar en sus vidas y
domesticarnos"
Ese fin de semana, nos reunimos con mis compañeras y me hicieron este dibujo (esto es en realidad una parte), que tuve pegado en el espejo de mi pieza muchos meses.
Y nada, quería contarlo, porque es el tipo que me hizo ver por dónde buscar le vocación, cuando de verdad estaba muy perdida.