(Por suerte) El tiempo pasa

Las delicias de la recién adquirida modernidad, nos permiten vivir la vida (y la muerte, como verán más adelante) de una forma, -en mi opinión- mucho más sana.

El fin de semana pasado, estábamos con mis dos primas (somos una suerte de chicas superpoderosas, siempre juntas desde que nací yo, la menor) de compras por ahí.
Mientras la mayor elegía calzones para su querido, la del medio corpiños, y yo me reía un poco de las dos, les avisan que vayan a ver a la abuela (la que no compartimos) que estaba muy enferma, porque le quedaban pocos minutos de vida.
Vuelo rasante a la casa de cuidados donde ya estaban los cuatro hijos, mientras viajaban, llaman al cura del barrio que más que cura es un amigo, para pedirle que vaya a darle la "unción de los enfermos" (sí, no se llama más extrema unción)
El párroco vuela y en minutos está con la abuela, dándole a la familia la paz de saber que se iría libre de pecado.
Pero pasa un día, y otro... y la abuela empieza a mejorar. Y la familia, en la misa se lo informa al curita. Y el curita (que por eso lo queremos hasta los ateos de la familia) se despacha con un: "a la mierda, se me fue la mano con el óleo"

La abuela finalmente se fue el domingo a la noche, tuvo -según el médico- una semana extra de vida, que le dió a la familia la posibilidad de despedirse de ella, y quedar en paz consigo mismos, porque si hay algo espantoso que suele venir con la muerte de un familiar querido, son las culpas.
Los reproches porque alguien se fue sin que uno le diga cuanto lo quería, sin que uno mismo sepa cuánto lo quería, las culpas de no haberse hecho el tiempo (o no haberlo tenido) de verlo tanto como uno quisiera.

Ayer en el velorio, mis primas tuvieron la suerte de estar acompañadas por una familia que entendió que se puede reír mientras se siente pena. Una familia que decidió decirle adiós a la abuela, recordando lo mejor de ella, en vez de sufrir inutilmente por lo que no fue.

Hasta luego... esperanos con el mate.