La última vez que me dijo que me quería y le creí, me rompí una uña cortando un chocolate. Me la rompí tan feo, que tuve que usar una curita un tiempo para que no me lastime.
Otro día, te despertás y te decís: "me dejó". Y decidís que igual tu vida sigue.
No es que el tema esté superado ni mucho menos, pero empezás a poder mirar desde otra perspectiva, claro que todavía mirás sólo por el rabillo del ojo, pero sabés que está ahí para verlo, cuando estés lista.
Programás un encuentro con esa amiga que te escucha tan bien, y que tiene la capacidad de decirte todo junto, lo bueno y lo malo, y de hacerte sentir contenida de una forma que no creías posible.
En el medio, por supuesto, pensás todo el tiempo en qué es lo que hiciste mal, y que hubiera pasado si en vez de decirla A decías B, o si se encontraban a las 4 en vez de las 5, y ese tipo de idioteces. Tratás de contactarlo, y te chocás contra una pared de hierro, y tratás de imaginar que pasa del otro lado de la pared y te resulta por completo imposible. Ahí aceptás: ya no queda nada de donde agarrarse.
Te agarra un ataque de locura, y acá, si bien cada quien tiene su propia versión, la mía es bastante cliché. Te juntás con una compañera del secundario, hablás mal de todo lo que respira, le sacás el curo como para tapizar cuatro docenas de sillas con respaldo. Recordás defectos, inventás defectos, y te reís, por lo menos por fuera de todo.
Salís a caminar para gastar un poco de energía, y le empezás a comunicar a todo el mundo que volviste a estar sola, y que no querés hablar del tema. Te divierte un poco pensar en lo que la gente puede imaginarse, pero si tenés una computadora amiga, escribís el mensaje en Face, te cambiás el estado, y dejás que la tecnología se ocupe del resto. Todavía no pasó lo peor, porque aunque saben, te falta responder preguntas de los que no aceptan un "no quiero hablar del tema" por respuesta.
Pero así de loca como estás, te metés en la primer peluquería que encontrás, importa un pepino que no sea TU peluquero, y que la luna no esté en cuarto creciente, te sentás delante del peluquero y le decís: Haceme nueva. Se ríe, y te pregunta cuanto hace que te peleaste, vos te reís, y la tijera le da y le da. En seis minutos o menos, tenés el pelo corto, y te diste el gusto de hacerte flequillo, aunque a él le gusta el pelo largo, y dice que no te quedaría bien el flequillo. Te queda aceptablemente bien, lo cual es lógico, después de todo, qué carajo sabrán de pelo los hombres?
Mientras tanto, sin darte cuenta esa semana bajaste unos kilos (no por haberte privado de chocolates y de snacks, eso seguro).
Investida en furia/tristeza/abandono consumado, te calzás el jean que no te quedaba, y salís con el escote más provocativo del placard. Si el no te mira alguien tiene que cubrir la cuota.
En la calle te cruzás con la vecina maliciosa del 4º (que obviamente ya sabe todo) y cuando te está por hacer la pregunta más idiota (¿Cómo estás?), te mira, y te dice: "Ay, pero que lindo te queda el pelo así" y sigue su camino. Misión cumplida.
Volvés, te vas a lavar las manos y ves la uña del pulgar, la caída en cumplimiento del deber, que ya sobresale varios milímetros de la yema del dedo, y tomás conciencia del tiempo que pasó. Te servís el primero de varios shot de tequila mientras chateas con cualquiera que responda, y esperás que mañana no te duela tanto la cabeza, después de todo, es domingo y hay que ir a trabajar.
13 octubre 2009
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