Heme aquí, una triste semana de fin de año, un verano más cálido de lo acostumbrado, y yo… ¡¡¡Trabajando!!!
¿Cómo puede ser?
Debo confesar que es la primera vez que me toca trabajar para la época de las fiestas, antes había tenido el tino de renunciar antes o ser convenientemente despedida, para quedar a merced de los pedidos de preparación de ensalada de frutas, empanadas de carne cortada a cuchillo y demás delicias que tuve la mala idea, poco previsora de exhibir en público. Ahora soy la moza- sirvienta- cocinera de medio mundo, pero bueno, este año me tocó trabajar (de alguna extraña manera parece que me salvé).
De modo que me levanto a las 6:30 de la mañana, me saco las muchas lagañas que produje con esfuerzo, dando vueltas en la cama, desplazando almohadas, almohadones, frazadas y sábanas; anque alguna ropa que dejé tirada la noche anterior, por no levantarme y estirar el brazo hasta la silla, que está como a medio metro de la cama. Cundo por fin consigo que mi cerebro le dé a mis extremidades órdenes contundentes de moverse, me levanto con esfuerzo, voy a lavarme la cara y ponerme los lentes de contacto que atenúan notablemente mi miopía (Guau, se hizo la luz).
A continuación vuelvo a la pieza, abro el placard para decidir que ropa usar, y no tengo éxito. Me siento en la cama, y miro resignada (y con un poco de odio) al reloj que me indica que me tengo que vestir, y salir a la calle, subirme al colectivo que va lleno de gente que casi nunca se baña y pocas veces abre la ventanilla, por cerca que esté y fácil que sea.
La mayoría de las veces -debo confesar- consigo sentarme y entonces trato de robarle al sueño unos minutos más, haciendo algunos malabarismos acomodo mi cara contra el asiento o la ventanilla, o ambos. Acá viene la crítica: las calles de Buenos Aires estan tan destruidas, que parece que uno esta en uno de esos juegos simuladores de guerra que te baten frenéticamente hasta que el cerebro pierde su órbita y su centro de gravedad, de modo que durmiendo en el colectivo me he ganado merecidamente más de un chichón.
Cuando finaliza mi viaje de 50, a veces 60 minutos en el bati-colectivo, debo aun bajarme, luchar fieramente por no ser atropellada por esos simios que sacan el registro mediante un curso dictado a distancia con señales de humo, bajar las escaleras de la estación del subte, contener la respiración para no aspirar ni una bocanada de ese hedor que sale de lo que dice ser un baño de mujeres (que irónicamente en algunos países se llama “sanitario”), escapar de los empujones de señoras bigotudas y manotazos de señores de traje en celo (muy perfumados, eso sí), cuidar la cartera como si fuera el hígado, y el celular como un riñón, empujar un poco y pararme detras de las otras cuatrocientas veintiocho mil personas que tampoco sacaron el boleto anticipado, y esperar eternamente a que una mujer bastante disconforme con su trabajo, se digne a venderme el pasaje, y darme mi vuelto, cuidando que ni una, absolutamente ninguna moneda de mi vuelto, quede fácil de alcanzar, haciéndome perder valiosísimos segundos de mi tiempo en la recolección de monedas rebeldes escapistas.
Finalizada la caza de monedas, paso por el molinete, y camino hacia la bajada habitual de escaleras, que fue cambiada, porque las vías están en reparaciones, y voy hacia la que corresponde, con cara de pocos amigos (los demás pasajeros, que a esa hora son muchísimos, tampoco estan felices con la novedad); bajo las escaleras con un miedo casi fóbico al ridículo por caída de las mismas, y llego al andén, subo al vagón, y trato de generar la mejor estrategia para respirar poco, porque aquí se repite la condición del colectivo, pero con el plus de que estar bajo el asfalto no deja mucho aire para respirar.
Transito ansiosa las estaciones que me separan de mi oficinas esperando muy atenta que si sube alguna embarazada o algo así, el asiento se lo de otro, porque yo; no quiero!, pero nobleza obliga.
Llega mi estación, por fin y me bajo, camino entre la multitud a las escaleras mecánicas y me quedo a la izquierda que es para donde debo seguir caminando una vez afuera, y una señora toda arreglada cejas pintadas peluca nueva me dice: “de este lado es para circular”. La miro muy mal, parece un poco intimidada, pero no me conforma y le explico a la bestia -tapadito-cejas-peluca, “Eso es en Europa señora (si, anduve por europa y eso es cierto); porque en el viejo continente solamente hay escaleras mecanicas (que SIEMPRE funcionan), acá el que quiere subir por sus propios medios tiene la escalera fija” Ahí la doña me lanza un suspiro medio de coté, pone cara de ofendida y revolea los ojos hacia arriba. Ya salimos a la superficie, por fin.
Nuevamente, tengo que ir esquivando gente que no mira, goteras de aire acondicionado mal instalado, ciclistas, patinadores y empanadas gigantes de goma espuma que bailan (Si, enserio). Camino algunas cuadras, entro en la galería, subo al ascensor, marco mi destino y empiezo a desesperar por lo que me espera.
Bajo del ascensor saco las llaves, abro la puerta, dejo las cosas, saludo a mis jefes, me dispongo a preparar el café, en ese instante un de ellos me solicita una taza del negrísimo elixir, por lo que decido aumentar la concentracion de café, a ver si le provoca acidez y ya no jode tanto!
Terminada la etapa de preparación de café, voy a mi PC, reviso correo, reenvío, respondo, propongo y vuelvo a contar con los dedos los días de los dos fatídicos meses que me separan de mis vacaciones.
Miro el techo unos segundos mismo, tiempo se le dedica a la pared y al teléfono, que no suena a menos que yo tenga muchísimas ganas de ir al baño . Cuando me declaro oficialmente aburrida, juego al carta blanca, que según mi compañero, es el deporte nacional de las secretarias (no sé si será cierto, preguntenle a una secretaria de verdad, yo solo cumplo horario de oficina), juego algunas partidas cuidando de que nadie me vea, a pesar de que es obvio que trabajando no estoy, reviso las estadísticas y la máquina sigue con las de ganar. Borro las estadísticas… esta máquina! Cierro el carta blanca.
Miro el reloj, doy vueltas, me limo las uñas, me pinto un poco la cara, me acomodo un poco el pelo sin éxito, y vuelvo a la carga con el carta blanca. La maldita máquina gana otra vez!
Vuelvo a revisar mails, y llega uno de una amiga que me manda la dirección de su blog… mal copiada. Bueno por lo menos me dió la idea, no?
28 diciembre 2005
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1 comentario:
jeje.. me enganchaste! sorry es increíble cómo escribis! excelente, atrapante! ahora te pongo en mis adicciones bloggeras...
Leí todo el blog.. toooodo!
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