28 febrero 2008

Pastelitos y líneas rectas

Cuando yo era chica, siempre nos íbamos de vacaciones con mi tío y su familia.
Nos subíamos en el auto mi primo mayor, la hermana menor, mis tíos, mi padre y yo y salíamos a la ruta. La mayoría de las vacaciones que recuerdo son en Córdoba, aunque hay muchísimas fotos de alguna costa y pocas de las sierras.
Ese año, mi papá manejaba un renault 11 que se llamaba "Come Paula", en honor a los berrinches que yo hacía a la hora de alimentarme. Como éramos bastante chicos, aún podíamos ir en un sólo auto, aunque ya íbamos algo justos de espacio. Recuerdo que el auto tenía una luneta trasera bastante grande, y con mi prima nos peleábamos por ir durmiendo ahí arriba (¡qué inconscientes!)
Me acuerdo que el hotel estaba en la parte alta de una montaña, y por la ventana se veían las nubes como autos en una calle, ahí nomás.
En la parte de adelante había una parte de verde donde corríamos unas ranitas colorinches miniatura preciosas que tranquilamente podían haber sido venenosas, y por ahí pasaban lugareños vendiendo queso de cabra, salamines y pastelitos.
Del otro lado (atrás vendría a ser), estaba la pileta y el parque.
Para volver al área de las habitaciones, había dos caminos: uno medio laberíntico, y otro recto pero algo más lejos.
Yo solía ir por el laberíntico, hasta que mi padre, me señalo el otro y dijo: "el camino más corto entra dos puntos, siempre es la recta"
Así que una tarde, cuando después de comer pastelitos de membrillo mis primos y yo decidimos desafiar las leyes metiéndonos a la pile a los pocos minutos de comer, y de repente me sentí mal, y ¡vomité en la pileta!, ni bien salí, pude llegar bien rápido al baño.

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