29 diciembre 2005

El inevitable mazoquismo

A veces me sobra el tiempo, y cual filósofo antiguo me pongo a pensar en cuestiones que carecen de importancia alguna para la vida.
Una de las muchas es porque tantas, y tantas mujeres (supongo que los hombres también, pero no lo admiten), cuando tienen algo, por mínimo que sea, de que preocuparse, se martirizan escuchando música que las deprime peor. No es una crítica, yo misma poseo dos CD's con una selección de las canciones que me ponen peor cuidadosamente elegidas por mi para castigarme de vez en cuando, entre las que figuran, por ejemplo "I still got the blues" de Gary Moore, seguida por "En la otra orilla" , de Rosana. Como si todo esto fuese poco, los mencionados dispositivos musicales recibieron a puño (mío) el nombre de "Para llorar, I y II".
hasta ahora, no he arribado a conclusiones demasiado reveladoras, pero creo en la posibilidad de que uno puede empatizar con el que canta, y compartir ese dolor tan agudo del amor que no está, que se fue, o no funcionó, etc.

Recuentos de año -mío-

Se viene el año nuevo y estoy de buen humor, ¿qué puedo hacer?
Hace varios años que para estas fechas busco excusas para deprimirme, y algunas veces, la verdad han sido bastante ridículas. Pero no este año, no señor.
En el 2004 por fin rendí la maldita matemática de 2° año, que me mantenía inexorablemente unida a mi secundario y a los recuerdos que venian con él. Una de las primeras consecuencias de esto se dió inmediatamente. Se rompió la racha de tantos años anteriores, por primera vez desde tercer año, ese edificio ya no me dió miedo, así que cuando tuve que volver para ver a mi hermana recibir su diploma de "Bachiller en Comunicación Social", el mismo que yo había recibido unos años antes, en vez de tener tremendas ganas de irme, sentí placidez. Por única vez, me gustó estar ahí, me sentí "como en casa" y mis tantas memorias de los días de clase, pudieron por fin convertirse en recuerdos cuasi felices (no hay que olvidarse lo difícil que es ser adolescente), y quedaron listos para ser archivados.
Ahora bien; terminar el secundario era bueno, pero sólo un paso de lo que se me venía y tan hábilmente había estado evitando: la facultad. Aunque siempre supe que quería ser universitaria, cuando me enfrenté a la realidad, resultó que "la facu" era algo muy vago, y el hecho de que me interesen la mayoría de las carreras relativas a sociales no fue de gran ayuda. Finalmente, fui descartando por nivel de interés en el campo laboral, -la mayoría tenía por destino la docencia-, que claramente no es lo mío. En julio ya había sólo dos candidatas: Psicología y Letras. Por mucho que brillara letras, ví demasiado lejana la idea de vivir de lo que escribiera, así que me mandé a psicología, pero con la firme intención de hacer aunque sea un taller literario... bien debo decir, que mis firmes intenciones se pusieron flojitas la segunda semana de clase, cuando terminé de comprar todo el material de cuatrimestre. Para una persona que jamás estudió, el golpe fue duro, así que a los que les costaba estudiar, me imagino que les habrá agarrado un ataque de caspa.
Ya pasó un año y tengo que admitirlo, a pesar de los baches creados por la gente de CBC, me sigue gustando; lo cual es casi un milagro si contabilizamos las rabietas que protagonicé a lo largo del año.
Hice algunos amigos nuevos y demostré públicamente que soy más sociable de lo que puedo manejar. Con respecto a los viejos amigos, me tomé el trabajo de redefinir mi relaciones y creo que los resutados fueron positivos para mí. Como nos pasa a muchos, tenía gente guardada en el placard hacía años, así que dividí en grupos, retomé el contacto con unos, y no pasé el teléfono de los otros en mi nueva agenda. Trato de mantenerme un poco más en contacto con la familia, y hacerles saber lo importantes que son para mí.
Cuando terminé de pasar la agenda (cumpleaños incluídos), me dí cuenta que me quedaba la tarea más compleja: redefinirme a mí misma. Después de un rato creo que llegué a un resultado bastante razonable.
Soy una mujer en una familia algo disfuncional, en un país completamente disfuncional, en un mundo al borde del caos minuto a minuto. Trabajo, estudio, y de vez en cuando, tengo vida social. La meta a obtener, sería un compañero para esta vida recién armada. Ya estoy lista. De ahí el nombre de este blog.

28 diciembre 2005

La cosa más bella


Esa belleza que pueden observar es mi sobrina. Como desconozco el alcance que esto puede tener, prefiero no publicar el nombre, así que de acá en adelante la voy a llamar simplemente "sobri".
Volvía una tarde de mi trabajo aburrido, con ganas de pasear un poco, así que decidí caminar en lugar de tomar el colectivo habitual a la salida del subte.
Cuando el celular empezó a sonar indicando el nombre de mi cuñado, me quedé helada. Frené, me apoyé contra una pared, y atendí el teléfono, que seguía tocando "La cumparsita" insistentemente. Del otro lado sonó la voz de mi cuñado, que me decía que fuese al hospital. Nerviosa le pregunté si la niña había nacido ya, si la madre estaba bien, y qué sé yo cuántas cosas más (principalmente incoherencias)
Corté y respiré aliviada, las dos estaban bien, en el hospital, bajo cuidado médico y la cosa venía tranquila.
Empecé a buscar medios para llevarme hasta el hospital que no estaba muy lejos. Cuando llegué, tuve que dar una vuelta enorme hasta que encontré la entrada correspondiente a guardia, única habilitada por esas horas. Entré, empecé a buscar a quien preguntarle por dónde ir al encuentro de mi futura sobrina. El hospital estaba desierto: había huelga de médicos. Por fin encontré una chica, muy amable que trabajaba ahí. Me acompañó a la sala de espera, y me pidió los datos de mi hermana para preguntar por su estado y comentarme después, y de paso, decirle a ella que yo estaba ahí, haciendo lo único que podía hacer: acompañar.
Veinte largas horas transcurrieron hasta que comenzó el ansiado trabajo de parto. Durante las horas de estadía, nos fuimos multiplicando los presentes, hasta llegar al ridículo número de ONCE personas desesperadas por un nacimiento que se hacía rogar, y mucho.
Por fin la niña nació, muy sanita y a los gritos, como correspondía por ser digna hija de su madre. La doctora salió a dar el informe: "es una nena (ya se sabía), está muy bien y la mamá también" El padre quedó fuera de sí, no creo haber visto nunca en mi vida una expresión así; exacta mezcla de felicidad, asombro y un poco de "no puedo creer que eso lo hice yo"
Llevó un poco más de una hora que pudieramos ver -muy brevemente- a las dos mujeres del momento. La madre lucía agotada pero feliz, satisfecha; la hija estaba rosadita, hermosa y hambrienta, aunque no creo que haya sabido que era eso lo que le pasaba.
Al día siguiente, cinco minutos antes de la hora de visita llegué nuevamente al hospital, ya me manejaba ahí con una naturalidad alarmante. Las ví, felicité a la madre, alabé a la hija y me dediqué a la contemplación. A los pocos minutos me hice acreedora de una estadía en el hospital como dama de companía, aunque estaba muy cansada por haber dormido poco, me alegró la noticia.
¡Por fin se fueron las visitas!. Creo que las tres respiramos aliviadas por la repentina calma que se hizo en la sala.
Hablamos hasta el agotamiento. Interrogué a la nueva madre sobre todos los detalles en los que pude pensar y ella respondió sin tapujos, (supongo que el sueño ayudó con el proceso del "sincericidio").
La sensación que me generó sólo estar ahí es indescriptible, de todos modos voy a intentar. La beba dormía conforme, con el pecho recién tomado, la imagen fue enternecedora -después de todo es mi hermana menor-, la paz reinaba a pesar que algunos de los bebes de la habitación estaban inquietos o llorando. Mi sobri, por fin tangible, por fin a la vista, por fin pude conocer sus facciones tantas veces imaginadas, sin llegar nunca el perfecto resultado que tenía ahora ante mis ojos. Irradiaba paz, brillaba de bella y apacible, era la cosa Más bella del mundo... o del mío por lo menos.

Detalles del aburrimiento

Heme aquí, una triste semana de fin de año, un verano más cálido de lo acostumbrado, y yo… ¡¡¡Trabajando!!!
¿Cómo puede ser?
Debo confesar que es la primera vez que me toca trabajar para la época de las fiestas, antes había tenido el tino de renunciar antes o ser convenientemente despedida, para quedar a merced de los pedidos de preparación de ensalada de frutas, empanadas de carne cortada a cuchillo y demás delicias que tuve la mala idea, poco previsora de exhibir en público. Ahora soy la moza- sirvienta- cocinera de medio mundo, pero bueno, este año me tocó trabajar (de alguna extraña manera parece que me salvé).
De modo que me levanto a las 6:30 de la mañana, me saco las muchas lagañas que produje con esfuerzo, dando vueltas en la cama, desplazando almohadas, almohadones, frazadas y sábanas; anque alguna ropa que dejé tirada la noche anterior, por no levantarme y estirar el brazo hasta la silla, que está como a medio metro de la cama. Cundo por fin consigo que mi cerebro le dé a mis extremidades órdenes contundentes de moverse, me levanto con esfuerzo, voy a lavarme la cara y ponerme los lentes de contacto que atenúan notablemente mi miopía (Guau, se hizo la luz).
A continuación vuelvo a la pieza, abro el placard para decidir que ropa usar, y no tengo éxito. Me siento en la cama, y miro resignada (y con un poco de odio) al reloj que me indica que me tengo que vestir, y salir a la calle, subirme al colectivo que va lleno de gente que casi nunca se baña y pocas veces abre la ventanilla, por cerca que esté y fácil que sea.
La mayoría de las veces -debo confesar- consigo sentarme y entonces trato de robarle al sueño unos minutos más, haciendo algunos malabarismos acomodo mi cara contra el asiento o la ventanilla, o ambos. Acá viene la crítica: las calles de Buenos Aires estan tan destruidas, que parece que uno esta en uno de esos juegos simuladores de guerra que te baten frenéticamente hasta que el cerebro pierde su órbita y su centro de gravedad, de modo que durmiendo en el colectivo me he ganado merecidamente más de un chichón.
Cuando finaliza mi viaje de 50, a veces 60 minutos en el bati-colectivo, debo aun bajarme, luchar fieramente por no ser atropellada por esos simios que sacan el registro mediante un curso dictado a distancia con señales de humo, bajar las escaleras de la estación del subte, contener la respiración para no aspirar ni una bocanada de ese hedor que sale de lo que dice ser un baño de mujeres (que irónicamente en algunos países se llama “sanitario”), escapar de los empujones de señoras bigotudas y manotazos de señores de traje en celo (muy perfumados, eso sí), cuidar la cartera como si fuera el hígado, y el celular como un riñón, empujar un poco y pararme detras de las otras cuatrocientas veintiocho mil personas que tampoco sacaron el boleto anticipado, y esperar eternamente a que una mujer bastante disconforme con su trabajo, se digne a venderme el pasaje, y darme mi vuelto, cuidando que ni una, absolutamente ninguna moneda de mi vuelto, quede fácil de alcanzar, haciéndome perder valiosísimos segundos de mi tiempo en la recolección de monedas rebeldes escapistas.
Finalizada la caza de monedas, paso por el molinete, y camino hacia la bajada habitual de escaleras, que fue cambiada, porque las vías están en reparaciones, y voy hacia la que corresponde, con cara de pocos amigos (los demás pasajeros, que a esa hora son muchísimos, tampoco estan felices con la novedad); bajo las escaleras con un miedo casi fóbico al ridículo por caída de las mismas, y llego al andén, subo al vagón, y trato de generar la mejor estrategia para respirar poco, porque aquí se repite la condición del colectivo, pero con el plus de que estar bajo el asfalto no deja mucho aire para respirar.
Transito ansiosa las estaciones que me separan de mi oficinas esperando muy atenta que si sube alguna embarazada o algo así, el asiento se lo de otro, porque yo; no quiero!, pero nobleza obliga.
Llega mi estación, por fin y me bajo, camino entre la multitud a las escaleras mecánicas y me quedo a la izquierda que es para donde debo seguir caminando una vez afuera, y una señora toda arreglada cejas pintadas peluca nueva me dice: “de este lado es para circular”. La miro muy mal, parece un poco intimidada, pero no me conforma y le explico a la bestia -tapadito-cejas-peluca, “Eso es en Europa señora (si, anduve por europa y eso es cierto); porque en el viejo continente solamente hay escaleras mecanicas (que SIEMPRE funcionan), acá el que quiere subir por sus propios medios tiene la escalera fija” Ahí la doña me lanza un suspiro medio de coté, pone cara de ofendida y revolea los ojos hacia arriba. Ya salimos a la superficie, por fin.
Nuevamente, tengo que ir esquivando gente que no mira, goteras de aire acondicionado mal instalado, ciclistas, patinadores y empanadas gigantes de goma espuma que bailan (Si, enserio). Camino algunas cuadras, entro en la galería, subo al ascensor, marco mi destino y empiezo a desesperar por lo que me espera.
Bajo del ascensor saco las llaves, abro la puerta, dejo las cosas, saludo a mis jefes, me dispongo a preparar el café, en ese instante un de ellos me solicita una taza del negrísimo elixir, por lo que decido aumentar la concentracion de café, a ver si le provoca acidez y ya no jode tanto!
Terminada la etapa de preparación de café, voy a mi PC, reviso correo, reenvío, respondo, propongo y vuelvo a contar con los dedos los días de los dos fatídicos meses que me separan de mis vacaciones.
Miro el techo unos segundos mismo, tiempo se le dedica a la pared y al teléfono, que no suena a menos que yo tenga muchísimas ganas de ir al baño . Cuando me declaro oficialmente aburrida, juego al carta blanca, que según mi compañero, es el deporte nacional de las secretarias (no sé si será cierto, preguntenle a una secretaria de verdad, yo solo cumplo horario de oficina), juego algunas partidas cuidando de que nadie me vea, a pesar de que es obvio que trabajando no estoy, reviso las estadísticas y la máquina sigue con las de ganar. Borro las estadísticas… esta máquina! Cierro el carta blanca.
Miro el reloj, doy vueltas, me limo las uñas, me pinto un poco la cara, me acomodo un poco el pelo sin éxito, y vuelvo a la carga con el carta blanca. La maldita máquina gana otra vez!
Vuelvo a revisar mails, y llega uno de una amiga que me manda la dirección de su blog… mal copiada. Bueno por lo menos me dió la idea, no?